Epístola Pascual del Obispo de Argentina y Sudamérica Leonid al honorable clero, reverendo monacato y rebaño amador de Dios de la Diócesis de Argentina y Sudamérica

¡Amados en Cristo honorables padres, queridos hermanos y hermanas!

Saludos cordiales a todos ustedes:

¡CRISTO HA RESUCITADO!

¡Qué palabras consoladoras! ¡Qué sentido profundo está escondido en esto, a primera vista habitual para nosotros, saludo pascual! La Resurrección de Cristo es la base de nuestra fe cristiana, ortodoxa, porque «si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también vuestra fe», escribe el apóstol Pablo (1Cor.15,14). El Señor redimió en la Cruz nuestros pecados y, con Su resurrección gloriosa nos dio la vida eterna: «resucitó para nuestra justificación” (Rom.4,25).

Por lo tanto, la resurrección de Cristo es el triunfo permanente de la Iglesia, la vida para los muertos, el perdón para los pecadores y la gloria de los santos, la alegría que hoy ilumina nuestros corazones, nos consuela en medio de las tribulaciones y dolores de nuestra vida.
Según los padres de la Iglesia, nuestra vida terrenal es como el clima: a veces es clara y cálida, y a menudo nublada, fría y lluviosa. Y como en la naturaleza la tierra se seca del constante clima solar, las malas hierbas y las plagas crecen, así mismo en la vida espiritual, desde la calma prolongada en nuestros corazones nacen el orgullo, la arrogancia, la presunción y otras enfermedades mortales para el alma. Y por eso, no sólo se nos envían consuelos llenos de gracia y prosperidad, sino también dolores de diversa índole, para que a través de ellos nos resignemos, reconozcamos nuestra propia debilidad y nos entreguemos a la voluntad de Dios.

Así que, en estos días usted y yo nos enfrentamos a los desafíos más serios. El mundo se dividió, y esto sucedió por supuesto no en un día, sino mucho antes, pero es hoy que esta división se vuelve particularmente evidente, tomando dimensiones cada vez más significativas. Mentiras, enemistad, odio, condenación, las disputas vacías, eclipsaron las mentes de las personas, desviando los pensamientos de «lo único necesario» (Lc.10:42).

Durante mucho tiempo podemos reflexionar sobre algunos acontecimientos, tratando de entender e incluso explicar por qué ocurren, pero a menudo olvidamos las palabras que fueron pronunciadas por el profeta Isaías en el siglo VII antes de Cristo: «Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son Mis caminos, dice el Señor» (Is.55,8).

“Ante los destinos incomprensibles de Dios hay que reverenciar”, — escribe san Ignacio (Brianchaninov). De hecho, nosotros los cristianos, debemos tratar de relacionarnos con los diversos tipos de fenómenos que ocurren en la vida con confianza en Dios, creyendo firmemente que el Señor lo está haciendo todo para nuestra salvación. Sucede que Dios no tiene otra manera de despertar a las personas de la hibernación de la incredulidad que hacerlo con la ayuda del trueno de los dolores. Y sólo el reconocimiento de sí mismo como digno de cualquier castigo y la entrega de la propia vida enteramente en manos de la Providencia de Dios echa fuera el miedo a las pruebas. El Señor no nos envía los dolores y enfermedades con ira, sino por amor a nosotros (Heb.12,6) y, por lo tanto, junto con ellos, también da paciencia para hacernos partícipes de Sus sufrimientos.

Debemos orar fervientemente, hacer obras de misericordia, mostrar amor y compasión por nuestro prójimo, y pensar, qué orden nos da el Padre Celestial a través de los acontecimientos actuales, de qué nos quiere advertir, para qué prepararnos, qué lados de nuestro corazón Él quiere aprovechar.

¡Queridos hermanos y hermanas! Cristo, pisoteando la muerte con Su muerte y otorgando la resurrección a todos los que creen en Él, llama hoy a todos a un banquete matrimonial, sin preguntar a qué hora salió cada uno de nosotros para hacer su obra. Él otorga a todos la misma recompensa, abre y concede a todos la libertad de elegir la vida eterna y no tener miedo de la muerte ni de las pruebas, resistir la aflicción, permanecer firme en la fe y confiar plenamente en Su santa voluntad.

Oremos también para que la Luz de la Resurrección de Cristo ilumine los corazones de todas las naciones, expulsando el espíritu de separación, discordia e infundiendo amor.

“Regocijémonos y alegrémonos en este día que ha hecho el Señor”, exclama el salmista David (Sal. 117, 24), con la gran alegría que proviene de la Fuente de toda alegría genuina: el Señor Jesucristo, Misericordioso para todos, y compartiremos esta alegría, luz y calidez con los afligidos, enfermos, encarcelados y en otras severas circunstancias, hermanos y hermanas en Cristo.

Abracémonos y decimos: «¡Hermanos!», y a los que nos odian les perdonaremos todo por la Resurrección y de nuevo proclamaremos:

¡CRISTO HA RESUCITADO!
¡VERDADERAMENTE CRISTO HA RESUCITADO!

 

+ Leonid,
Obispo de Argentina y Sudamérica

Buenos Aires, Pascua de Cristo, 2022

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